Choco Cheems -Literatura
Esto sucedió en el verano, en el mes de julio.
Lunes
11:02 am. – Mi vecina nos hizo el infinito favor de llevarnos a la veterinaria en su camioneta: a mi mamá, a mi pastor alemán y a mí. El estado de la perrita no le permitía caminar bien, por eso había sido necesario trasladarla de esa manera: con ayuda de unas cobijas la subimos y colocamos con cuidado en la parte de atrás del vehículo.
11:10 am. – La veterinaria apenas abría, seríamos las primeras pacientes del día, para no interrumpir otros procesos ni ser interrumpidas en el que necesitábamos. Esperamos, la pastor alemán (a quien apenas había conocido hace dos días) apenas y movía su cabeza de un lado a otro, en actitud tranquila.
11:20am. – Mi mamá y yo pudimos ingresar a la veterinaria, nuestra vecina esperaría fuera. Con cuidado cargué a la perrita y la coloqué en la mesa de operaciones: nuestra convivencia se reducía a dos días y unas horas, pero había demostrado ser un animalito muy tranquilo y agradable. “Nosotros hemos dado nuestro diagnóstico y las acompañaremos en esta decisión”, dijeron los veterinarios. Estábamos tristes, pero era algo que ya habíamos decidido con ayuda de ellos.
11:25am. – “Voy a rasurar un poquito del pelo de su patita, para encontrar fácilmente una vena, primero le aplicaré anestesia para no sienta ningún dolor, después vendrá la inyección de pentobarbital sódico, que causará la muerte.” Dije que sí.
11:26am. – Abracé a la pastor alemán mientras la doctora preparaba la manguerita quirúrgica, una jeringa, la pequeña rasuradora eléctrica y sacaba una caja con el fármaco que utilizaría; el doctor verificaba que no faltara nada, ningún instrumento, ningún procedimiento. “Tienes unos minutos para hablarle, para despedirte, dile todo lo que quieras”.
En ese momento recordé todo de golpe: nos habíamos conocido apenas unos días atrás, el sábado. Después de una larga caminata, a menos de quince minutos para llegar a mi casa, en un cruce de calles, vi a la perrita detrás de un puesto de comida, creí que era de alguien, pues aunque se veía flaca y débil, se distinguía que era una pastor alemán y no es tan común que alguien se deshaga de perros de raza, al menos eso creí. De inmediato vi la verdad: no era de nadie, se veía cansada, el pelo se le caía, las costillas se le marcaban y su andar era encorvado, como si caminar la lastimara. Muchas veces he tenido que ignorar a perros callejeros, mi casa está llena de gatos y perros y mi familia y yo no podemos darnos el lujo de rescatar y mantener a todos. Pero esa delgadez extrema y el andar lastimado me decían que no podía dejarla ahí, la perrita estaba muy débil.
Como pude la calmé y la atraje hacia mí, mi intención era llevarla hasta mi casa, darle de comer, darle agua y llevarla a revisión al veterinario. Fue complicado, podía asustarse y escapar, además aunque se veía tranquila, su tamaño intimidaba un poco y cualquier perro si se siente amenazado, puede morder. Estuvimos minutos así: ella confundida y yo hablándole y acaricándole el lomo lentamente para calmarla; sería demasiado difícil conducirla así, por lo que pedí ayuda a uno de los puestos que había en la calle “Perdone ¿tiene algo para que pueda amarrar a esta perrita? Voy a ayudarla, pero no quiero que se escape”, conseguí una cuerda para saltar de un amable señor.

Continuamos, el camino a casa nunca fue más largo que ese día. El sol del verano era muy fuerte, ella tenía mucha sed y se estaba negando a avanzar, la entendía, quién sabe por cuántos días no había comido ni bebido. Por fortuna un muchacho nos vio pasar frente a su jardín y me regaló una cubeta con agua que ella se bebió de inmediato. Seguimos caminando ¿no me faltaban sólo 15 minutos para llegar a casa? Parecía que nunca llegaríamos ¿y qué diría mi mamá cuando me viera con un animalito de ese tamaño?
Finalmente ella no pudo más, se acostó a media banqueta, me quedé de pie junto a ella, hablándole y acercándole el agua ¿Cómo avanzaríamos las calles que faltaban? Ya no me parecía tan fácil: ella estaba muy cansada, lastimada y débil para seguir. De nuevo la bondad de los extraños nos sonrío y una mujer se ofreció a llamar un mototaxi para que nos recogiera. Le agradecí tantas veces como pude; casi cargando a mi nueva amiga, la metí al vehículo con todo y su cubeta de agua, le pagué al conductor. Finalmente llegamos a mi casa, pensé que sería una tarea fácil dejarla como nueva, ya había tratado antes con perritos callejeros desnutridos, incluso con sarna, siempre con ayuda del diagnóstico de los veterinarios y de medicina proporcionada por éstos. Le di de comer, le di más agua, limpié con agua lo más que pude su cuerpo, se le caía mucho el pelo, sus orejas estaban irritadas, llevaba un raspón en la nariz y una de sus uñas de las patas traseras goteaba sangre.
Horas después, en cuanto estuvo más tranquila y alimentada, mi vecina se ofreció para llevarnos al veterinario en su camioneta. Confiaba en que sólo sería un problema de desnutrición, que con unas inyecciones, unas pastillas y unos días de buena alimentación quedaría repuesta y lista para que, a regañadientes, mi madre me dejara conservarla, para que le hiciera compañía a la Nikita y a la Sally, (mis dos perritas mestizas) y conociera a la manada de gatos, a toda la familia. Pero el diagnóstico de los veterinarios no fue alentador: era una perrita mayor de edad, sí, presentaba desnutrición, la temida displasia de cadera, tan frecuente en los pastores alemanes, ya había hecho su aparición, era evidente que sentía dolor al desplazarse. Y lo más grave: en el abdomen había señal de tumores. Una operación podía ser posible en un perro joven, pero en un perro de edad avanzada se complicaba, sus órganos ya no estaban en las mejores condiciones y el hospital veterinario no disponía de todo el equipo necesario para operar. “Es doloroso lo que la perrita sufre y el procedimiento es riesgoso para su edad, por ahora puedo inyectarla con analgésicos, su dolor para moverse disminuirá. Pero… honestamente, la eutanasia parece ser la mejor opción”.
Pasé saliva, no estaba en mis planes que las cosas se complicaran tanto, salvar la vida de otros perritos había sido sencillo. Pero comprendí: cada caso es diferente, cada caso tiene sus especificaciones. Y los veterinarios saben mucho más de cada caso, yo no soy una experta. “Podemos hacer la eutanasia lo más pronto posible, hoy mismo, en un rato”, dijo el doctor. Acepté el procedimiento pero pedí más tiempo “¿puede quedarse con vida unos días? Hoy y mañana y el lunes la traeré de vuelta. Quiero despedirme y que sus últimas horas sean lo más confortables posibles, por favor”, le pedí. “Claro, es posible, el medicamento que le inyectamos hará que no sienta tanto dolor al desplazarse. Entonces el lunes. Cuídala en estas horas.” Y respondí “así será, doctor, va a sentirse bien”.
Comida, bebida, quedarse en el área verde de la cerrada junto a ella, mirando el pasto, los árboles, los autos, los otros perros. Así debería ser la vida. Ella sólo quería dormir, abría sus ojos, era un animalito muy tranquilo. A veces levantaba su cabeza. Ni un ladrido, ni un intento por morderme. Entrar a la casa. Dormía en el espacio debajo de la escalera que mi madre preparó para ella con cobijas y una gran caja de cartón. Me acerqué el sillón junto a ella, por si necesitaba algo. Cuando se ponía inquieta, avisaba que quería salir al baño y salíamos al patio, yo limpiaba y volvíamos a entrar a que descansara. Seguro que había tenido casa alguna vez.
Me quedé despierta gran parte de la madrugada, vigilándola y acariciando su cabeza, lograría que esas últimas horas valieran la pena: “aquí estás bien, yo te quiero”, le dije. Y recordé a la otra pastor alemán que había tenido: Burly, quien falleció de viejita en 2015. En mi familia adoramos a cualquier perro, los mestizos nos enternecen y divierten con sus características singulares, pero siempre hemos sentido admiración y cariño especial por la fuerte figura de los pastor alemán. El día siguiente la rutina fue la misma, pero esta madrugada se sintió más triste: en unas horas, tendríamos que despedirnos.
Llegó el lunes. En unas horas nos diríamos adiós. La alimenté y le di agua por última vez, siempre repitiéndole que la quería, que todo estaría bien muy pronto. Mi padre se despidió de ella. Mi madre y yo esperábamos a que diera la hora para pedirle a nuestra amable vecina que nos llevara a la veterinaria. Dieron las 10:55am, era hora de encaminarnos al veterinario. “Tendrás un buen viaje, amiga.”
11:30am. – Su corazón todavía latía. Le dije “fuiste una gran perrita, ten un buen viaje”. Y en un momento, dejó de latir. No lloré, sólo la abracé y acaricié. No todos pueden decir adiós de una manera tan pacífica, demostrarle a alguien que estás junto a ella en sus últimos momentos es una fortuna.
11:31am. – “Puedes comprobar que su corazón ya no late, escucha”, me dijo la veterinaria y me prestó su estetoscopio para comprobarlo, me sonrío. “Hiciste lo que pudiste e hiciste lo correcto”. Hizo la revisión del reflejo ocular, todo había salido bien. Ella ya no estaba entre los vivos. Los veterinarios nos dieron las instrucciones necesarias para que el cuerpo descansara de la manera más higiénica posible, les pagamos y les dimos las gracias. La envolvimos en sus cobijas, regresamos a la camioneta con mi vecina, quien condujo de vuelta a casa. Minutos después de preparar el hoyo donde descansaría, en el patio de mi casa, la enterramos. “Ahora estás bien, muchacha. Logramos conocernos. Espero haberte hecho feliz durante unos días, porque tú me hiciste feliz a mí. Te quiero mucho.”
Ojalá haya un lugar a donde van los perros al morir, donde sean felices por siempre, sin sufrir el abandono y maltratos que muchos soportan en vida y en especial en su vejez. Lo merecen, porque son seres vivos maravillosos.
¿QUÉ ES LA EUTANASIA?
La palabra eutanasia se deriva de los términos griegos “eu” (buena) y “thanatos” (muerte), lo cual resulta en “muerte sin dolor” o “buena muerte”. En la medicina veterinaria, actualmente, no implica sólo el hecho de morir bien, sino de que el método usado para este resultado, sea humanitario, reduciendo con ello el dolor, el miedo y la ansiedad del animal.
Es importante considerar que un animalito no debe ser simplemente mantenido con vida, sino que hay que preguntarse si su calidad de vida es aceptable, pues la medicina no tiene como único fin el alargar la existencia, sino también usarse de manera racional, reconociendo a la muerte como una realidad natural, es entonces cuando podemos solicitar la eutanasia, SIEMPRE dentro de la compasión, recurriendo al conocimiento de los expertos, confiando en sus habilidades técnicas, para que el procedimiento se realice sin dolor: de manera segura para el animalito y el médico y de manera respetuosa para los sentimientos del propietario. Siempre solicita un diagnóstico de veterinarios, medita la decisión, considerando lo mejor para tu mascota y quédate presente cuando tu amigo te necesite por última vez, eso lo confortará mucho.
PARA ESTE DÍA DE MUERTOS
Escribí esto, queriendo contar lo que viví hace unos meses con una bonita pastor alemán que conocí en la calle, fue difícil y muy triste, siempre queda en la mente la idea de “pude haber compartido y hechos más”, pero los sucesos difíciles y tristes son parte de la vida. Y los veterinarios son profesionales que saben hasta cuándo usar la medicina para curar y cuándo para terminar con el dolor de los animalitos. La perrita me dejó una lección. Y quería compartirla, para todos quienes en algún momento, deban enfrentar una situación tan difícil y sobre todo, para que nunca nos olvidemos de nuestros amigos peludos, estén o ya no estén con nosotros.
FUENTES CONSULTADAS:
- ANDERSON, R. y MAXTONE-GRAHAM, I. 1998, 22 de noviembre. “Lisa Gets an A”(Temporada 10, episodio 210). Capítulo de serie de televisión. Por SCULLY, M. The Simpsons. Twentieth Century Fox Film Productions
- CABREJO, César. (2016). La eutanasia en medicina veterinaria de pequeños animales. Revista electrónica de veterinaria, vol. 17 n. 7 p. 5. Málaga, España
- THE HUMANE SOCIETY: VETERINARY MEDICAL ASSOCIATION. (2013). Manual de referencia sobre la eutanasia. p.3 Estados Unidos.